POR SAMUEL BEDRICH
Aunque sé que corro el riesgo de que me digan que esa foto no es mía, asumo la plena responsabilidad: pueden llevarse como pago mis libros, mis libretas de viaje y mi baúl azúl. No hay más. De todos modos, lo que ya llevo cargando en la cabeza, no hay forma de que me lo quiten.
Hoy, en este mes, se cumplen 40 años del movimiento del 68. ¿Te dice algo?
A mí, me recuerda a los jóvenes, me hace pensar en los ideales, me trae a la memoria un sueño. Tal vez tú ni lo conoces, ya lo olvidaste, o simplemente piensas que ya hay demasiada filosofía en nuestros tiempos. (clic a seguir leyendo)
Hace 40 años, jóvenes de muchos sitios en el mundo se dieron cuenta de lo ilógico de nuestro mundo consumista y se quejaron de ello: protestaron por sus derechos sociales, alegaron por el acceso a la educación, pidieron democracia, exigieron que salieran los rusos de Checoeslovaquia, abominaron a los americanos y su intervencionismo en Viet Nam.
Hace cuatro décadas hubo unos idealistas que plantearon la necesidad de otro mundo, que pidieron que termináramos YA con el colonialismo del mundo y del intervencionismo de las grandes potencias.
La bandera era todavía un sueño de marxismo, se pensaba que ese esquema económico traería solución a las desigualdades de nuestro mundo. Al menos se creía en algo distinto al único dios de nuestros días: el papel moneda.
Hoy, vaya día, me he preguntado muchas veces cuál es el camino. No, no encuentro otra solución que no tenga que ver con seguir soñando, no veo otra posibilidad sino de ilustrarnos, de aprender de nuestra historia y de hacernos vectores y responsables de contarla a quienes no la conocen. No veo como podremos cambiar a nuestro mundo desde el mismo sistema: ¿con la sostenibilidad? ¿Con la responsabilidad social? ¿con los productos bio? Soluciones light y nuevas estrategias de comercialización. Eso NO cambiará nuestro mundo.
Lo más triste es que no tenemos propuestas. Hoy no hay una nueva posibilidad de sistema económico. Anoche, una chica propugnaba por la vuelta a los espacios rurales, otra por la ética empresarial, una más por la aplicación de las leyes existentes. Creo en comenzar por no seguir creyéndoles a las grandes corporaciones, sugiero dejar de consumir marcas de empresas trasnacionales que responden a las leyes de sus países, en sus países, pero que acá hacen lo que quieren con nuestra salud.
Creo en no permitir que se nos acuse más de latinos, de subdesarrollados, de países en vías de desarrollo, de niños que pueden llegar a ser grandes. Exijo que se reconozca que no tenemos por qué ser iguales a todo el mundo, que tenemos el derecho de elegir. Si nadie es capaz de controlar a Bill Gates, a Slim, a las grandes corporaciones que se convierten en monstruos con más capacidad de decisión y de intervención en los demás países, ¿significa que nos tenemos que poner a sus pies y vivir la vida como ellos quieren que lo hagamos?
Sugiero que pidamos respuestas por los años de colonialismo a los que hemos sido sometidos. Sí, quiero que el Congo, que el Perú, que Argentina, que México, que Viet Nam y todos los que hemos sido víctimas de la explotación del primer mundo, que descansa y obtuvo su fortaleza de muchos de los recursos que hemos provisto (oro, materias primas, mano de obra) recibamos libertad de uso de los descubrimientos e inventos que llevan nuestros componentes: que desaparezca el copyright que tanto nos tiene sumidos en la pobreza. No concibo a Pasteur registrando su proceso para darle larga vida a la leche; no veo a Newton cobrando por cada persona que utilice la palabra gravedad; no puedo pensar en los hermanos Wright cobrando miles de dólares a cada persona a la que se le ocurre diseñar un avión.
Los inventos, los libros y la cultura deberían ser para todos y deberían ayudar a todos. Así como se permite que se liberen los flujos de capital y que 5 mil millones de dólares pasen de un país a otro sin pagar un solo centavo de impuestos, con el consiguiente riesgo de desestabilizar a una nación, así se debería permitir que los libros se impriman por todo el mundo, que la música circule sin fronteras, que las manos que trabajan puedan tener aprendizajes por todo el planeta e intercambien sus conocimientos, que las ideas políticas vuelen por el mundo. Y no por Internet, porque muchos no tienen ni computadoras o electricidad. Abramos el mundo.
¿Acaso no es tiempo de dejar de preguntarnos y de actuar?
Si hemos de abrir el mundo, abrámoslo completo: derrumbemos las fronteras físicas e intelectuales.
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