Ensayo contra la ceguera
Samuel Bedrich
Hace unos días tuve una discusión con un amigo de la universidad. Si algo me sorprendió fue ver cómo, a pesar de habernos educado en la misma carrera, tenemos puntos de vista sobre la situación actual del país tan disímbolos. Me quedaba claro que estos últimos años me han alejado del pensamiento Dornbush-Fisheriano, pero no había visto cuánto, hasta que noté que hablábamos de dos Méxicos.
Casualmente, unas horas antes había trabajado sobre un texto acerca de los mapuches y sus problemas socioeconómicos en Chile. En algún momento de mi búsqueda bibliográfica me había topado con una frase de José Saramago que, en Madrid, se había acercado a Michele Bachelet, la flamante presidenta de Chile, y le había pedido que mirara a los mapuches, pues parecía que en su nación, nadie se ocupaba de su causa. ¿Quién mejor que el autor del “Ensayo sobre la ceguera” para pedir que se abrieran los ojos frente a la situación indígena?
Me vino a la mente una mezcla del texto del premio Nóbel y la realidad de México.
En el libro del portugués, los habitantes una ciudad, en un principio, y luego del país, comienzan a perder la vista. Como resultado de ello, cada personaje va sacando sus reales instintos de animalidad: se olvidan el honor, la equidad y el respeto a las reglas con tal de sobrevivir… nada me pareció tan analógico como lo que nos pasa a los pobladores de mi México: nos estamos quedando ciegos.
¿Cómo, ciegos?
-¿A qué se debe- me preguntaba- que teniendo tanto en común, asumamos una visión tan desigual de nuestro México?
Su país y el mío no son el mismo: en su óptica de nación la gente del campo es inactiva y falta de educación, la izquierda es violenta y salvaje, los subsidios no sirven para nada, y no tener dinero y tener hambre significa estar obligado a utilizar un cupón de Subway, mientras estudias en Estados Unidos un semestre de intercambio estudiantil
En su manera de ver, la ley debe acatarse ante todo, aún si un amplio sector de la población dice que eso es incorrecto. No cabe, en su óptica, la posibilidad de que se haga una revisión de las cosas: su México va viento en popa hacia el primer mundo… él está bien, y los pobres… ¿cuáles pobres?
Desde su punto de vista, en México las cosas marchan suficientemente bien, y lo que se requiere es alentar las inversiones para que logremos, como por arte de magia, el desarrollo del país.
Hace unos días, Carmen Aristegui entrevistó a un científico mexicano que le explicaba cómo, en un estudio que se había realizado en Estados Unidos, se había llegado a la conclusión que nuestras posiciones electorales tienen su origen en un impulso emocional, y no racional: se habían colocado electrodos en distintas partes del cerebro y se había detectado que cuando al ser estudiado se le presentaban declaraciones de su candidato en las que incurría en incongruencias (es decir que en una declaración alegaba a favor y en otra en contra del mismo tema), se presentaba una especie de “bloqueo” en la persona bajo observación, y ésta era capaz de encontrar todo tipo de razonamientos para justificar a su candidato.
Extrañamente, los electrodos detectaban actividad en dos áreas principales: aquella que se considera alberga les respuestas emocionales, y la de la autosatisfacción. Es decir que el paciente, al justificar a su candidato, se sentía bien con él mismo. … y eso era al final, lo que a él, le importaba.
Una vez más me dije que los mexicanos nos estábamos quedando ciegos, porque la ceguera no es sólo de visión, sino también de razón.
Y entonces mi cerebro hizo “¡clic!” ¿Quién estaba más ciego de los dos? ¿Yo, por insistir en abrir las urnas, o él, por alegar que ya todo había sido contado y la historia estaba escrita y que había que respetar las instituciones?
Para mí, si vas al mercado y pides una docena de naranjas y te las entregan en una bolsa cerrada, pero tú dudas que estén completas, tienes derecho a abrir la bolsa y contarlas de nuevo. Si están las que te dicen que son, haces cara de estúpido, sonríes y te vas; si no, le expones el caso al gerente y te darán lo que te falte: él será quien ponga la cara de estúpido, pero al final, todos se habrán ido con lo que les corresponde.
Esa idea de que “salida la mercancía no se aceptan devoluciones” ya no forma parte del espíritu moderno del comercio.
En nuestras emotividades, la ceguera hace pensar a mi amigo que quien está a punto de encender al país e iniciar una lucha fraticida es el candidato López Obrador. Nada tiene que ver la acumulación de años de desigualdades económicas y sociales: 20 millones de mexicanos que viven con menos de un dólar al día y 25 millones con 45 pesos diarios no son la causa del problema.
Tampoco es culpable la suma de procesos judiciales deshonestos, ni el enojo contra las autoridades corruptas.
En ese momento de la discusión, mi amigo olvidaba que este es un país en el que el fraude es común en todos los ámbitos: desde las sociedades de padres de familia hasta las elecciones federales, pasando por los sindicatos y las asambleas campesinas; desde la noche de la historia hasta la actualidad (¿no dice Fernando del Paso en Noticias del Imperio que los mexicas falseaban el cacao con bolitas de barro?).
¿O era mía la ceguera? ¿Acaso no nos habían enseñado en el Tec que si hay más inversión se genera más empleo y que si hay más empleo hay más ingreso? ¿No nos habían mostrado que un país que exporta es un país que recibe divisas extranjeras? ¿El récord en las reservas internacionales y ser el décimo país exportador del mundo no significaban nada?
Yo me preguntaba cuándo era que esos beneficios llegarían a la economía interna y cómo haríamos para equilibrar el ingreso per cápita de Oaxaca, cercano a los 3 mil dólares, al de Nuevo León, de unos quince mil (siempre teniendo en cuenta que promedio significa, como dice un profesor, que vayamos al restaurante y tú te comas un pollo, mientras yo me quede mirando: en promedio nos comimos medio pollo, pero en la realidad, tú tienes el estómago lleno y yo vacío)… ¿Poniendo una sucursal de General Motors en la selva lacandona? ¿Construyendo Mac Donalds en el centro de San Cristóbal de las Casas?
Si en ese momento hubiéramos sido los responsables de nuestros partidos en la sesión plenaria del IFE, habríamos desperdiciado al menos tres horas: de un lado un hombre con el peso de la ley en la mano y del otro un intransigente que quiere abrir paquete por paquete para quitarse la duda…. Terminé por volver a la pregunta que me hice al principio: ¿En qué momento comenzamos a pensar tan diferente y cómo podemos hacer para que los ojos del otro adquirieran un poco de visibilidad ante las razones del antagonista? Nos despedimos.
Durante el resto de la tarde me quedé pensando qué podríamos hacer para que muchos de nuestros connacionales afortunados (porque las generalizaciones son bárbaras), aquellos que superaron la primaria y en el camino fueron dejando a más y más compañeros, hasta llegar sólo unos cuantos a la universidad privada, puedan ver a los mexicanos invisibles. ¿Será necesario llevarlos, a su regreso de vacaciones por Disneylandia, Las Vegas o Europa, en un viaje todo incluido por las zonas marginadas de nuestro país y dejarlos ahí una semana para que comprendan lo que es tener hambre y puedan aportar ideas para lograr un desarrollo más equitativo en este país?
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