Monday, January 08, 2007

Crónica de una presidencia fallida / Samuel Bedrich

Samuel Bedrich

Me propuse finalizar mi colaboración antes del 1º de diciembre, con la idea de mostrar que estamos asistiendo a una enunciación de hechos que forman parte de un fenómeno muchos más amplio, e históricamente más trascendente que la toma de protesta de un presidente. Los humanos, por nuestra relación con el tiempo (lo hemos dividido en fracciones tan pequeñas, que coexistimos al ritmo de un cronómetro), solemos vivir momentos, instantes, fracciones de vida: tenemos el hábito de pensar en el hoy, sin evocar el futuro de largo plazo, y mucho menos acostumbramos voltear hacia atrás para reconocer las pisadas que hemos dejado. Así como el mundo es tridimensional, con su largo, ancho y alto, el tiempo cuenta también con tres espacios que lo definen, pero a diferencia del mundo, estos son mostrados de forma sucesiva y se exponen en un plano lineal: pasado, presente y futuro.


Parece que, salvo algunos personajes, el común de la gente no solemos cuestionarnos, porqué el tiempo se ilustra de este modo, aunque tal vez sea un buen momento para reflexionarlo y transformarlo en una forma voluminosa para comprender que nuestra realidad descansa en ella y no en una simple superficie plana:

Fig 2: ¿ Y por qué el tiempo no tendría tres dimensiones? La razón es sencilla: si no somos capaces de comprender nuestra actualidad desde el contexto histórico y pensando que nuestras acciones presentes modifican nuestro destino, difícilmente tomaremos conciencia de que no vivimos momentos inconexos durante la cronología de nuestra existencia. Así como nos afecta el hecho de que hace millones de años unos meteoros impactaran la península de Yucatán y hoy tengamos miles de cenotes muy útiles en asuntos turísticos, también nos influyó la tala indiscriminada en ciertas áreas del Perú, pues dio a luz a migraciones y luchas por territorios que después conformaron nuevas culturas y un horizonte social determinado. Esto, de la misma forma que juega contra nosotros un rol el que hoy, contaminando la atmósfera, estemos definiendo el precio del oxígeno que tendrán que respirar las generaciones futuras. Pero no vayamos tan lejos y volvamos a nuestra realidad nacional para preguntarnos por qué ver la toma de posesión de Felipe Calderón como un hecho aislado y no como la resulta de una mezcla de fenómenos dentro del marco del cambio político mexicano del siglo XXI. La revolución de 1910 no se gestó de un día a otro. Madero no despertó de pronto y se dijo que esa mañana del 20 de noviembre era buena para iniciar la insurrección porque el sol brillaba en lo alto de su hacienda de Cuatro Ciénegas; antes tuvieron que pasar Cananea, Río Blanco, el incumplimiento de Díaz de no reelegirse, las historias individuales de Villa y Zapata, las desventuras de los hermanos Flores Magón, las terribles condiciones de los latifundios y hasta (un hasta bastante entrecomillado) el inicio de la revolución rusa (con el Zar Nicolás II reprimiendo civiles), la protesta de los mártires de Chicago (un poco más atrás, en 1886), y el correr de los aires en defensa de la lucha obrera... Si Calderón asumió o no, si su presidencia dura un año o seis, si AMLO logra dar más impulso al Frente Amplio Progresista o a la Convención Nacional Democrática, o si decide retirarse de la política porque sus compañeros dejen de creer en él; si Marcos se proclama presidente de la primer guerrilla globalifóbica no armada, e incluso si Slim y sus millones deciden apoyar al oficialismo, sólo representarán una mínima parte de esta película que tiene múltiples actores y posibilidades cronológicas, pero un único final que ya está escrito. Recordará el lector aquella escena en la película de Lawrence de Arabia en que Peter O’Toole (Lawrence) pierde a un hombre en la noche, y cuando quiere ir en su búsqueda, su gente le dice que estaba escrito en el destino que se perdiera en el desierto. Cuando resueltamente va a buscarlo y regresa con él, jactándose de que nada está escrito, todos se asombran de su valentía, pero días después, cuando el hombre mata a uno de otra tribu y Lawrence se ve obligado a matarlo para hacer justicia, entonces todos le recuerdan que, ni hablar, ya estaba escrito que moriría… A pesar de que lo parezca, la mía no es una conclusión fatídica y pesimista, sin una que se basa en el contexto histórico que advierte que estamos ya inmersos en un proceso de revolución social en el que la pregunta por responder ya no es qué va a pasar, sino cómo queremos que suceda y cuál será nuestra función en ella. Desde hace más de diez años, el PNUD (Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo) viene advirtiendo sobre el alto índice de desigualdad social en Latinoamérica (con México como uno de los que encabezan la lista); las organizaciones Human Watch y Reporteros sin Fronteras denuncian la represión y los asesinatos de periodistas; los problemas sociales se agudizan (mineros y azucareros, entre otros), los números de competitividad internacional de nuestro país descienden, y el mismo Banco Mundial advierte sobre los malos resultados del Tratado de Libre Comercio. Nadie puede negar la violación flagrante de los derechos humanos en Oaxaca, ni la clara imparcialidad de los medios de comunicación o la evidente falta de apoyo a los sistemas educativos públicos que los hacen cada vez más elitistas. Pocos se atreverán a no reconocer la pérdida del control sobre el narcotráfico… ¿Será necesario ser mago para deducir el origen de los brotes sociales o habrá que recordar que cuando la pirámide económica se estrecha en su clase media, y las diferencias entre los más ricos y los más pobres incrementan, los conflictos emergen? (De acuerdo con el PNUD, los países con niveles de desigualdad superiores a 50 pueden ser considerados como de “alta desigualdad” y México tiene 54.6, sólo un poco menos que Zimbabwe) ¿Y aún nos preguntamos por qué? El nuevo gobierno da muestras de mayor endurecimiento: Ramírez Acuña tiene ha sido acusado de violaciones a los derechos humanos y el gabinete está conformado por gente pragmática y sin experiencia en el campo de lo social, con un promedio de edad de 40 años… Calderón respondió hace unos días, a pregunta expresa, que el 1 de diciembre sería “divertido” ¿Habrá cumplido, lo que vivió, con su concepto de diversión? ¿Será igual de divertido el resto de su mandato? Algunos no lo creemos así. A la luz de los acontecimientos, debemos dejar de preguntarnos qué sucederá, y más bien, tendríamos que insistir en la necesidad de apertura para el diálogo: la función del gobierno debe ser la de ofrecer plataformas de discusión para la reformulación de un sistema económico que ha mostrado su fracaso en el mundo (Argentina, Uruguay y Brasil, entre otros, han decidido abandonar las políticas establecidas por el FMI y el Banco Mundial) y tiende a hacer más grandes las desigualdades sociales. La tarea del próximo gobierno, cualquiera sea su composición, es la de activar el debate por el nuevo México, y no la de ser un consecuente aparato estatal al servicio de unos cuantos. En la búsqueda del cómo tendremos que pasar forzosamente por el cuándo, pues si bien es cierto que el final de la historia está escrito, restan por definirse las condiciones en que éste sucederá. Recordemos que dar largas a un problema significa incrementar la presión hasta que éste desborde los límites de la protesta pacífica. Si el tiempo es tridimensional, entonces el punto es preguntarnos qué hemos hecho o dejado de hacer para estar donde estamos y, sobre todo, cómo pensamos actuar para alcanzar un futuro que incluya nuestros sueños y los de los otros 105 millones de mexicanos.

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